sábado, 26 de noviembre de 2011

Minúscula certeza


"porque estamos de paso en esto nuestro"
 
Al fin y al cabo y después de todo, 
a pesar de todo y antes que nada, 
a lo mejor, tal vez, quizás, probablemente

acaso 

de no ser por vos, 
yo me muriese inadvertido.

Horus

 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Correspondencias

¿Vio la adrenalina que usted siente cuando da clases?
¿Vio su felicidad, sus ganas?
No me diga que no, porque se le nota.
Bueno, esa misma adrenalina es la que yo siento cuando voy de caño.

Esa pasión uno la lleva en la cabeza, pero después la siente en la sangre. ¿O acaso a usted no le pasa lo mismo?
(el oriental)


sangre
poca
pobre
tonta
sangre
cara
sucia
tonta
sangre
lenta
fácil
tonta
sangre
quieta
dura
tonta
sangre
sangre
sangre va
lamiendo va la sangre
para el viento
y va la sangre
para suavemente al tiempo
y va sintiendo
el pensamiento
chupa sangre
toma sangre
ama sangre
buena sangre
sin pecado
sangre
sin aliado
sangre
robótica sangre
musical sangre
matemática sangre 
Los Visitantes 

sábado, 12 de noviembre de 2011

Reglas

Guayasamín
(poema de un alumno)

Veo que no estás:
no en los sueños
ni en mis labios
ni tu aroma en mi cuerpo. 

Toso y es invierno.

Un olor imperceptible
me detiene
como el eucalipto
en mi infancia.

Las flores venenosas
como vos
envenenan cada vez
más, que les hacen
el amor.

Yo sigo fiel
a mis 2 reglas:

“Los primeros contratos
se firman en la cama”
y “a las mujeres
hay que buscarlas
por el arte
no por el orto”.

Por ello
te elegí:
por mi sabor
dulce
clamando por vos
aún en invierno.

Transimaco

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Manifiesto


Nosotros
los marihuaneros de toda la República Argentina, les declaramos la guerra a todas las otras drogas no permitidas, que son las que crean adicciones. 


Porque
ellas destruyen nuestra salud,
flaquean nuestras mentes, 
destruyen sueños 
y, lo más importante, 
nos matan de la peor manera: 
la sobredosis. 


Nosotros estamos hoy reunidos
no para hacer una apología del delito sino 
para 
fumarnos un par de fasos, reírnos, conversar y bajonearnos algo rico


A.M.A. 
(Asociación Marihuaneros Argentinos)

PD: Si es dulce, mejor. 

Algunos de los textos trabajados en clase durante el 2011: 
y Manifiesto, un género entre la política y el arte, de Mangone y Warley

martes, 8 de noviembre de 2011

Manifiesto a favor de la Comunicación Libre


¿Quién dice que no podemos usar celular en lugares de encierro? ¿Quién dice que tienen derecho a cercenar la comunicación con nuestros seres queridos? ¿Por qué ellos no pueden comunicarse con nosotros en el momento que deseen y a la hora que lo deseen? ¿Por qué no podemos tener un celular registrado a nuestro nombre y, de esa manera, hacernos responsables de las comunicaciones que establecemos?

a la comunicación libre y a tener un celular MOVISTAR para cada interno. 
Con MOVISTAR es más económico estar cerca de nuestros seres queridos. 
Así serán más llevaderos nuestros días de encierro. 


¡Unámonos y exijamos ese beneficio!


MOVISTAR
(Movimiento Organizados de Vínculos de Internos Sindicalizados para Telecomunicaciones Argentinas de Reos)

(2011 - voz que escribe: Santiago Querido)

martes, 1 de noviembre de 2011

Palabras Maestras

López Torres. Retrato, 1934
A mi viejo, en primero inferior, por cabecita negra recién llegado del campo, la maestra se empecinaba en maltratarlo.
- ¿Quién es el más burro de la clase?-, así daba los buenos días.
- Herreeeeera-, contestaban los pobres alumnos, temerosos bufones, lisonjeros, papas fritas.... 

Pero increíblemente un día mi viejo se animó a contarle a su madre, que era extranjera pero no boluda, desprovista de plata pero no de sabia ternura, y se fue hasta el mismísimo Consejo de Educación (o lo que fuera en ese momento el ministerio) y logró (reto mediante) que la maestra dejara de joderle la vida a su hijo.
 

En verdad la anécdota no es mía, y no recuerdo haberla escuchado de pequeña, pero de grande descubrí que me atraviesa: heredé de ella (de la anécdota, pero también de esa mujer-madre a quien no-conocí-abuela) esa costumbre de no poder quedarme callada, de no naturalizar la injusticia, porfiada en que debe haber otra manera de hacer las cosas.

Autobiografía lingüística

  • Antes, una pregunta: ¿cómo se hace para hablar de la relación que se ha venido manteniendo con la lengua (algo así como una historia propia del uso de las palabras) sin hablar de una? ¿cómo decir aquello que me nombra, me identifica, me niega o da vida sin que aparezca un sujeto? ¿cómo hablar de lo que tanto otros como yo elegimos en cada acto para mostrar qué somos? Entonces: imposible no hablar de mí en esta autobiografía lingüística. Sepan perdonar psicologismos aventurados. Hecha la aclaración, hecha la lengua.
  • Mis primeras relaciones con la lengua fueron de la mano de mis primeras relaciones con el mundo. Y el mundo, hasta mis cinco años, era una familia numerosa y bastante tradicional, en la que a las mujeres se les tenía permitido verborragiar sus cuitas y a los hombres no solo se les negaba llorar sino también expresarse a través del don de la palabra.
  • En un mundo tan poblado de adultos (padres, hermanos, tíos, abuelos), o enmudecía enterrada por palabras ajenas, o me abría paso a grito pelado. La lengua fue para mí una herramienta en el combate de la comunicación cotidiana. Por eso creo que fui tan locuaz de pequeña (y quizás sea esta la causa de que haya aprendido a leer y a escribir tan rápido): porque tenía que dar todo el tiempo explicaciones, defenderme, acusar, pedir ayuda, hacer mandados, atender el teléfono, contestar preguntas... trabajo por demás agotador (lingüísticamente hablando), si se tiene en cuenta que, por ser la más chica, además debía verbalizar dos o tres caprichos por día y recitar de memoria algunas coplas que me aseguraran seguir siendo la más mimada.
  • Las palabras eran, ante todo, de mujeres, en mi casa o en la escuela. Eso no quiere decir, claro, que fueran palabras ciertas, o creíbles, o sensatas. No. Porque las mujeres usábamos la lengua con tanta facilidad que siempre latía la sospecha de la mentira, o de la exageración, o de la locura.
  • Bueno, soy franca: en mi caso, latían puras certezas de imprudencia en las palabras que pronunciaba. Lo testimonia la anécdota que sigue: a mis siete años, durante una tórrida noche veraniega, en la heladería barrial le pregunté casi a gritos a mis hermanos mayores qué quería decir "telo", esa palabra que ellos habían nombrado, una y otra vez, en una conversación de la tarde. Hago la cuenta: más de tres o cuatro horas estuve masticando significados posibles, y la pregunta (imprudente) me valió un cachetazo. Ahí aprendí que hay cosas que no se dicen, o no deben decirse. Pero sobre todo aprendí que las palabras tenían un plus, podían ofender o sorprender o incomodar, mi palabra podía doler tanto o más que un cachetazo.
  • (¿Qué hice con eso, con ese demonio, con ese poder?, podría preguntarme). 
     
     
  • En la escuela nunca me enseñaron a reflexionar sobre el lenguaje. O nunca me lo aprendí. Lengua era una parte del conocimiento parecida (en el mejor de los casos) a la lógica. Filas, columnas, tablas, cajones y listas de vocabularios interminables, clasificaciones de lo más diversas, análisis de todo tipo y factor...
  • Sin embargo, el lenguaje estaba ahí, vivo, en la escuela, todo el tiempo... hablando, y si en algún momento reflexionábamos acerca de él, era porque se imponía en el análisis de un cuento, o en una frase hiriente de un compañero, o en un comentario irónico de un docente. Nunca fue tema del día "El doble sentido, la ironía y otros juegos del lenguaje". Sí jugué esos juegos en la escuela (y en la vida), fui carne y asador de opiniones sarcásticas, de piropos bien o mal intencionados, de cursilerías reproducidas año tras año en los cuadernos, de frases explosivamente graciosas, de voces o puteadas de moda que se quedaban pegadas como babosas al término de cada oración... Sí usé y escuché usar la lengua para esto, pero en Lengua no se hablaba de estas cosas; a lo sumo, algún sermón en contra de las malas palabras.
  • Ahora (para las que me conocen) una obviedad: tampoco aprendí el silencio. O lo que es lo mismo: cómo decir sin decir. O qué no dicen las palabras (no porque no quieran, si no porque no saben). O qué digo si callo. O qué callar para no equivocarme... Algo que tal vez desande la verborragia infantil: el silencio como defensa, como escudo, como otra forma de explicar.
  • "Sujeto" es una palabra cuyo significado construí plenamente cuando ya había terminado la secundaria. No quisiera ponerme dogmática, pero se me ocurre que eso, para un docente, debe ser imperdonable.
  • O tal vez no. Tal vez tenga que ver con la materialidad de nuestro objeto de estudio (hecha la lengua, hecha la trampa), siempre cambiante, yendo y viniendo de boca en boca, de cuerpo a oído, de acto a palabra. A veces es tal el palabrerío, que la comunicación con otro ser humano es en sí misma una alegría.